Claves para no perder el Ángel


Aquí está el ángel. Es redondo y germinador, como una semilla de soles apurados, que se encienden en la punta de sus dedos como cañitas voladoras.
Aquí está el ángel. El que puede llevarnos de paseo por el ancho territorio de la niñez, y hacer que las mariposas vuelen a nuestro alrededor, y los pájaros beban nuestra saliva, y los escarabajos se junten para llevarnos en andas, como si fuéramos sobre zancos mirando el interior de los jardines por encima de las tapias.
Es el ángel custodio.
El que cuida que no se nos pierda la risa.
El que cuida que no se nos sequen los asombros.
El que cuida que no se nos escape la sombra.
El que cuida que no mueran las tejedoras del arco iris.
El que nos vuelve transparente la carne, cuando estamos enamorados, para que la gente pueda vernos la sangre alegre, estallando en estrellas, como un mar.
Aquí está el ángel.
Si huye, si se va, nuestra risa toma el color de la muerte, se hace cenizas el asombro, las flores se congelan, las piedras entierran a los jardines.
Aquí está el ángel.
Para que se vaya es necesario que algo lo asuste; por ejemplo:
que llegue el verano y no corras a ver florecer los jazmines,
que pase la banda del circo y no aprendas de memoria su melodía,
que te vayas a dormir sabiendo que ha quedado una muñeca destapada en el suelo,
que pase a tu lado un marinero y no le toques la manga del traje para tener buena fortuna,
que no le compres un helado al chico que mira por entre el enrejado que rodea la calesita,
que entiendas las cosas que se hablan en una reunión de gente adulta,
que pienses que una persona "puede querer de varias maneras, de acuerdo con las conveniencias o las circunstancias", y no querer por querer porque es la única forma de querer,
que no comprendas por qué llora un hombre,
que le busques explicaciones al verano,
Aquí está el ángel.
Para que siempre sea tu custodio, para que guarde tu celeste resplandor, continuo ángel custodio de la guarda:
quítale el hambre en el invierno, poniendo un puñado de violetas en la ventana los domingos, de tarde,
busca el mar en verano –aunque sea imaginándolo, el mar es el mar cuando algo adentro de nosotros lo llama con vehemencia, si no, es solamente un montón de agua con mareas, pero no el mar, el mar-, búscalo sin descanso, y zambúllete en él llevando hipocampos en las manos,
NÓMBRALO. Cuando lo nombran, el ángel crece, se pone consistente, le brillan las alas, le pesa al aire su barriga de margaritas. Porque si no lo nombras se empequeñece, como los caracoles cuando le echas un puñado de sal,
no odies a nadie. Ama. No le envidies al sol su luz: ilumínate con ella. No le envidies a la lluvia su frescura: embellécete con ella. No le envidies al río su itinerario: navega por él. Porque es más rico el que da que el que recibe mucho. Y el que tiene en sí mismo es más rico que el que le saca a otros con garra de rapiña…, aunque el que tenga, tenga una flor y el que saque, saque brillantes,
no te niegues a nadie. Que tu corazón oiga siempre los llamados, porque si se ensordece para no oír a alguien que pide, se ensordece también para oír el tañido de las campanas, el canto de los pájaros, el croar de las ranas, los Beatles, Bach, Bethoven, Magaldi, Violeta Parra, un grillo…
Aquí está el ángel. Bebe en los surtidores de las plazas, igual que los gorriones.
Hoy, por única vez, lo dejo en tus manos.
Si lo sabes cuidar, ya nunca estarás sola.

Poldy Bird.

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